viernes, 17 de febrero de 2012

Cuentos...

CASTIDAD, por GAAB
De todas las aberraciones sexuales la más singular tal vez sea la castidad”-Gourmont

Óleo, autor: Abraham Mendoza


Aquellas imágenes del chico del lunar dándose placer en un cuarto vacío o el de la jovencita tocándose en la ducha le provocaban sudores fríos y un rubor que se le extendía calentándole cada centímetro de su cuerpo, casi sentía una enfermedad venérea, la calentura la hacía sentirse enferma. Su sexo tuvo que ser reprimido, aquella pequeña navaja fue hundida como una aguja en aquella abertura que tanto asco le producía, lo lastimó hasta que lágrimas brotaron de sus ojos y le recorrieron las mejillas encendidas, reprimiendo un grito se bajo el hábito, guardó cuidadosamente la pequeña navaja y limpió la sangre que manchaba, como en esos días tan indecentes de cada mes, el piso pulcro de lozas blancas del baño.
Debía hacer algo por aquellos pubertos, esos seres indefensos que acababan de entrar a la edad de más peligro para caer en el pecado original que tanto daño le había causado a ella a la misma edad que aquellas criaturas del señor, a los 12, lo recordaba bien, cuando aquel impúdico cerdo de 17 años encendió en ella la pasión del infierno y  se dejo entregar al deseo satánico del coito, su madre tuvo para bien amarrarla, azotarla y correrla de su hogar, un castigo merecido de su santa madre, pero al final Dios tan bondadoso la había encaminado hacia el convento donde cuidaba de niños y servía fielmente a la palabra del señor. Esos niños debían ser rescatados de las llamas del infierno, de la tentación del maligno, debía hacer otro acto divino como los que había cometido hacia algunas semanas. Ataviada como prostituta o como un hombre joven bien vestido, salía a hurtadillas del beaterio para interceptar pecadores infames y tratar de remediar su situación. A los hombres los llevaba hasta el hotel y en la bebida les ponía algo para dormir, eso para evitar cualquier revelación violenta del demonio que estaba segura la perseguía para reclamarla por su pecado de hace diez años (los picores en su “parte” eran prueba de ello).Los acostaba y cuidadosamente sacaba unas tijeras de costura bañadas con el agua bendita de la sacristía y cortaba de un tajo aquella protuberancia carnal que provocaba tanto daño al ser humano, ponía un trapo mojado con alcohol sobre la mancha rojiza y se iba. A las mujeres, atrapadas por la galanura de un misterioso joven de rasgos andróginos, las dormía de igual manera, las acostaba, abría sus piernas con delicadeza, sacaba hilo de suturar, aguja y una pequeña esponja, metía la esponja en su cavidad femenina con cuidado de no lastimar su virtud y luego unía aquellas aberturas que debían permanecer cerradas al pecado, cosiendo un lado con el otro y las dejaba también ahí.


El tormento no la dejaba dormir, los cinco niños que ya habían llegado a los 12 la sacaban de su esfera de protección contra el maligno, era una prueba, una lucha entre Dios y el Diablo, ella sabía lo que tenía que hacer. Era una noche calurosa, las ventanas de todo el convento estaban abiertas, como invitando a entrar toda clase de alimañas, aires malos o vibras demoníacas por lo cual había pasado todo el día cerrando las ventanas, incluidas las de esa pequeña estancia donde había mandado llamar a los púberes. Los cinco muchachos, dos mujeres y tres hombres, habían llegado con sus ropas ligeras de cama, ella los miraba ávida pero conteniendo cualquier reacción que provocara las sospechas del mal y este pudiera truncar su acto santísimo; los hizo sentar, aquellos amodorrados obedecieron desconcertados del llamado a altas horas de la noche, les dio a beber lo mismo que aquellos a los que había ayudado y uno a uno fueron cayendo en un sueño profundo y comenzó su trabajo celestial.
Fueron corregidos para evitar su caída en las tinieblas, primero comenzó con los muchachos, un trabajo más fácil y los más susceptibles a la imprudencia moral, terminando con ellos, los acostó en unas sabanas blancas boca arriba con los trapos de desinfectante en las heridas, las lágrimas le brotaban de emoción al ver su trabajo; después comenzó con la primera niña, sin embargo casi a punto de terminar los puntos para sellar aquella abertura como las ventanas que había cerrado durante el día, un golpe le hizo caer de lado, de su oreja emanaba sangre y un zumbido le turbaba la razón, otro golpe la tiro al piso completamente destrozando su nariz y un ojo, la sangre retumbaba por su rostro, una figura menuda y femenina levantaba una silla de madera con un gesto de cólera y terror arrojándola sobre su rostro, el demonio había poseído seguramente a una de las chicas para detener su acto de bondad.

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