viernes, 2 de marzo de 2012

Pueblo chico, infierno grande

Cuando Gabriel García Márquez publicó en 1982 Crónica de una muerte anunciada generó reacciones ácidas por parte de los críticos de literatura los cuales tachaban de "frívola" y "mero entretenimiento para la masa" a esta novela cuyo uso de los géneros periodísticos le daba un aura novedosa a la literatura.
Técnica mixta sobre lienzo,
"Crónica de una muerte anunciada", Carolina Jaramillo

La historia del asesinato de Santiago Nasar a manos de los gemelos Vicario para vengar el honor de su hermana Angela y la humillación de la masculinidad de su cuñado Bayardo San Román rompe con los tópicos de la narrativa;  desbanca al autor como poseedor de la "verdad" y coloca al lector como partícipe de la anécdota, dándole la facultad de juzgar a los involucrados y generar una retroalimentación autor-obra-lector.

Al llegar a la última página, la identificación que tuve con la novela me pareció sorprendente. La manera en que la masa de un pueblo y en individual lanzan la condena de Santiago al aire y como se propaga cual virus es tan real, tan visible. El juicio a lo "malo" y lo "bueno", esa moral flexible, pues tan bien se espera religiosamente al obispo desdeñoso y su bendición como se observa impunemente y hasta con cierta aprobación el asesinato de un hombre en pos de la honra familiar. Este microcosmos de prejuicios y contradicciones es una mirada incisiva a la cotidianidad, no sólo en un pueblo costero de Colombia, sino en las grandes urbes, en una familia en cualquier parte del mundo occidental. Si un pueblo chico es un infierno grande, entonces el averno es mucho más extenso de lo que aparenta.


El mérito de una obra como esta, no sólo es su originalidad,  la cual rebasa los límites entre literatura y periodismo, sino su acierto al reflejar una cultura predominante en esta parte del mundo y además de eso hacer que el devorador de historias confronte su propia concepción del mundo y la reconfigure o bien, se hunda en ella.

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